Go down

Se presenta a sus nuevos amigos a la antigua usanza. No se descubre la muñeca. Ni la extiende. No se acerca a cada uno de ellos, frontalmente, con ojos muy abiertos para mostrar el iris. Pronunciar el propio nombre, sin otra identificación, ha caído en desgracia.


Sin una identificación, pasas de ser algo irrelevante a un ser inexistente.

Los códigos paulatinamente han reemplazado a las letras y los números. En una palabra, imperan los algoritmos. Prefijos, sufijos, códigos QR, chips se introdujeron para indicar currículum, estrato social, el estado de salud y el nivel de adoctrinamiento adquirido. Dependiendo del interlocutor los nuevos dispositivos subdérmicos dicen lo adecuado de ti.

Sus compañeros de viaje miran alrededor, entienden y aceptan. Se encuentran en un barco, están en zona franca. Incluso la era postmoderna tiene sus excepciones.

Qué extraño efecto pasar revista a fragmentos de una vida frenética, empezando por el propio nombre. Habiendo rechazado cualquier reajuste. Pronunciar el propio nombre, en libertad, ya es una afrenta a la corriente posthumanista.

Alessandro está en la barandilla del ferry que parte hacia Inglaterra. Junto a un grupo de jóvenes, espera impaciente la botadura del barco. Subió en solitario con todas sus pertenencias encerradas en dos maletas que lo siguen desde hace cuatro años. Dos sabuesos cargados de trapos y recuerdos. Comenta a sus compañeros de viaje lo que tiene pensado hacer en los próximos diez años. Asomado al mar del Canal de la Mancha, se muestra seguro de sí mismo. Conoce el idioma de ambas orillas. Se encontró con una decena de chicos, como por magia, aunque todos subieron a bordo por su cuenta y de uno en uno. Todos parecen tener entre veinte y treinta años. Tienen el futuro en sus manos. Más inciertos están aquellos que cruzan el estrecho por primera vez. Para Alessandro es la tercera vez. De hecho, se encuentra metido en el papel de experto de la situación. Explica cómo moverse en la metrópoli londinense. Los trabajos que un estudiante puede hacer. “Para vosotras, chicas,” dice refiriéndose a dos de ellas, “todo es más fácil.” La ocupación au pair es prerrogativa femenina. La oferta de alojamiento en una familia inglesa puede llegar a una chica incluso antes de que le surja el deseo de ir al extranjero. Ale lo intentó, pero no fue posible. Tuvo que conformarse con trabajar en el sector de la restauración. Al mismo tiempo, esto le permitió aprender el oficio de barman. Una actividad que siempre le había fascinado. Es decir, tener la oportunidad de hacer algo concreto en el supuesto tiempo de descanso. Nunca le ha gustado perder el tiempo. Es mejor encontrarse en una discoteca moviéndose con soltura entre las mesas. Servir bebidas. Mientras tanto, estás aprendiendo. Estás ocupando un tiempo muerto del día. ¿Descanso nocturno? En la vida de un joven que ha decidido emanciparse de la familia, salir de su propio país, ser totalmente independiente, el descanso, la sola idea, es simplemente una obscenidad. Habiendo aprendido lo mejor que pudo el trabajo de barman, contempla la probabilidad de embarcarse en un crucero. Diez años en el crucero. Dar la vuelta al mundo. Luego buscará una actividad sedentaria para el resto de su vida. La simple evocación de la palabra sedentario hace que aflore una sonrisa. Una vez, en las playas de África, le contaron que los beduinos, a quienes se les ofrece un trozo de tierra para cultivar, consideran la nueva ocupación sedentaria. Muchos de ellos sintiéndose claustrofóbicos se ven obligados a renunciar. Mientras tanto, nel ferry distribuyen bolsas de papel a los viajeros. Hay mar agitado. Se espera un empeoramiento. Zarpan. Alguien ya se ha aislado en una esquina. La sola idea de la turbulencia lo ha molestado. Ale va por la tercera vez. Sabe que puede lograrlo. De adolescente sufrió de mareo en los coches, pero cree que fue a causa de los gases de escape. En mar abierto será diferente.

Entonces se ha presentado a sus nuevos amigos con su nombre, dejando de lado conflictos antiguos y recientes. Las dos partes de sí mismo que yacen en el nombre siguen iguales: Ale, las alas desplegadas al aire libre, Sandro, el peso del cuerpo con sus necesidades ineludibles. Luego se adaptará a las variantes Alex, Alé, Allá, Hallo… Hola. Reacio a someterse a todas disposiciones. No asistió ni siquiera a la última convocatoria. Es reincidente. La quimera de realizar lo irrealizable, siempre a su manera, lo había estimulado a mirar los problemas desde lo alto de un relieve. Subir para ver las dificultades empequeñecerse. Y permanecer así esclavo de la quimera.

Aún no se ha llegado a mitad del recorrido cuando comienza a sentir náuseas. Lleva unos minutos callado. Sus compañeros le preguntan cómo está. Han notado el cambio. El barco se tambalea, cabecea, se empina y luego se sumerge de morro, rápidamente, casi como si fuera a hundirse. Corren voces: en el centro se nota menos el balanceo. Ir a cubierto. Agarrarse a algún soporte. Moverse, agarrados, los unos a los otros. Se repite la apremiante invitación de ir a cubierto. Los más tenaces quieren estar fuera, en la cubierta superior, a merced del viento y el rocío del oleaje. Él está entre los que resisten, a pesar de las primeras arcadas. Se siente zarandeado, luego atado, tironeado hacia el borde de una silla. Intenta mantener el equilibrio. Abre y cierra un ojo. Entrevé a una enfermera que le habla. No escucha, no es capaz ni de entender ni de responder nada. Le da vueltas la cabeza. Las arcadas son arcadas secas. Lleva mucho tiempo en ayunas. Horas, tal vez días. Sabe que está siendo alimentado con suero. El solo pensamiento lo tranquiliza. Su cuerpo está sedado, ya no sufre.

La quimera, una cometa atada a un hilo invisible, observa desde arriba la otra parte de sí misma tendida en una cama de hospital. No está atado, pero es como si lo estuviera. Retenido por dos barandillas. Tiene sondas y tubos que no le permiten moverse. Aunque quisiera, no tendría la fuerza. Se siente débil, está agotado de tanto trabajar. Horas de estudio, horas de trabajo. Se suman las horas, se suman y se superponen los recuerdos. Nombres de chicas encontradas en la escuela y en el trabajo. Estudio durante las pausas laborales. Luego las horas de los cursos de idiomas. Y los deberes por hacer. Los compañeros decidían ir al cine; otros ir a la piscina. Para él, esperando estaba el segundo trabajo, el de la noche. Luego, cansado, echaba una cabezada donde podía. Como aquella vez que se despertó en el hangar de los autobuses. Tuvo que desandar el camino para llegar a casa. Llegó en plena noche. Por suerte, el día siguiente era festivo. ¿O se confunde? Fue cuando hubo la tormenta de nieve que dijo: Todavía rodando, en camino… ¡hoy no vengo, porque ayer no llegué! Ahora, desde lo alto, se observa allí tendido en la cama. Una parte de sí está allí inmóvil en la cama, la otra parte revolotea, entre los veinte y los treinta años. Con espíritu indómito, no cesa de ver paradojas por todas partes. Son dos las enfermeras, van y vienen, lo descubren, lo levantan de un lado, luego del otro, lo lavan, hacen comparaciones con otros enfermos, tal vez más obesos. Imposibilitado a compartir sus sensaciones de testigo involuntario, se queda callado. Observa indiferente la parte de sí mismo manipulada por manos expertas, a merced de inútiles cuidados paliativos. Con desapego, a pocos metros del suelo, solo mira; indiferente deja hacer; se acuna ligero. Por fin se descubre tarareando, liberado del catéter, de las sondas, de los tantos cables que miden los latidos. Las pulsaciones de su cuerpo son regulares, mecánicas como una lata que rueda al fondo del terraplén. El cuerpo ha cedido a la fatiga. Los años de ajetreo no perdonan. Cada esfuerzo se sumó al otro. Ahora le cuesta trabajo abrir y cerrar los párpados. Ni siquiera lo intenta.

Escurridizo fuera del cuerpo, ¿quedará un soplo de aire para testimoniar las ansiedades vividas? Querría continuar, vigilante, su camino. Quedará su nombre completo grabado en la lápida. Sin epitafio para no guiñar un ojo a la corriente dominante. Ha llegado la hora de estar solo, de no tener que complacer a nadie. Tal como lo ha establecido, quiere su nombre con todas las letras: Aquí yace el cuerpo de Alessandro / Ale, en espíritu, vaga en otros lugares / Nunca firmó su rendición.

Plan B. Él lo decidió desde que se declaró ilegal el dinero en efectivo: en caso de robo, con uso inapropiado, los billetes se manchaban con líquido indeleble. Pues bien, desde entonces, en pequeñas dosis, empezó a ingerir una pócima de droga en uso de los chamanes de islas remotas de Indonesia. Decían que los efectos alucinógenos se manifiestan cuando el equilibrio vital está comprometido. Y que las hienas se mantienen alejadas de los cadáveres de los adictos que la consumían. ¿El mantra de la jungla tecnológica no contempla creencias aborígenes? Parece que todos sean bien recibidos en el cementerio ciborg. Se conformará a la invitación de entregar los restos de su propio cuerpo en las garras de los necrófilos, para el almacenamiento de piezas de repuesto. ¡Novato Mitrídates, rebelde hasta el extremo o muerte! Fue cuando la cometa quimera tomó altura. Sobrevolará en círculos concéntricos, para observar desde lo alto la cara alucinada de las hienas de los laboratorios de análisis. Solo entonces exhalará la última mueca con la ilusión de permanecer flotando en el aire para siempre.

Pubblicato il 02 dicembre 2025